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LA
NAVIDAD DE ALI
Las calles
estaban vacías, polvorientas y extrañamente silenciosas a pesar de ser la hora
del mercado. Sin embargo, la paz era irreal, muy irreal. Tan solo estaba
producida por la explosión de un artefacto, que había matado al menos a veinte
personas, otras cinco morirían en los días siguientes.
El único
observador visible, David, escupió a un lado. Las palabras “misión de paz”
habían perdido todo el significado para él, siendo ahora una gran mentira. Pero
no era la única, en el campamento español se estaba celebrando otra: La
Navidad.
Navidad…,
mientras en occidente la gente devoraba la comida que serviría para alimentar a
un regimiento de personas de aquella ciudad, que claramente la necesitaban más;
mientras que con el dinero de todos los regalos de un solo barrio en Estados
Unidos, se podían reconstruir casas allí en oriente; centenares de personas
morían mensualmente. Pensar en la comida y en la Navidad le hacía vomitar.
Caminó entre las
casas que tenían las cortinas y las persianas cerradas. Aún así podía sentir
sobre su cuerpo las miradas de los civiles clavadas en su vestimenta. Porque a
pesar de que vestía de paisano, su tez, sus formas y su ropa abultada, lo
delataban como un soldado. Aún así no estaba del todo desprotegido. Debajo de
la camisa, pegado a la piel sudada por el calor, llevaba un chaleco cuyo peso
le daba una seguridad relativa. Si una bomba explotaba, daría igual, en el
mejor de los casos acabaría como Víctor: en una silla de ruedas.
Se palpó la
camisa a cuadros para sacar de su pecho un paquete de cigarros. Lo abrió,
descubriendo que quedaban solo tres, sacó uno y rebuscó entre sus bolsillos del
pantalón vaquero, el mechero.
-Maldita sea,
maldita mi suerte, maldito Occidente, malditos todos-murmuró, se llevó el
cigarro a la boca y cubrió con su mano la llama que trataba de apagar el
viento. Cuando por fin lo hizo, aspiró con fuerza, notando el alivio de la
nicotina en cuanto pasó por sus pulmones-. Mierda.
Aquella palabra
soez estaba producida por un niño que llegaba desde la esquina opuesta de la
calle: de tez morena, delgado, vestido con unas ropas blancas y maltrechas. A
pesar de su aspecto desarrapado sus pasos eran rectos y decididos. Estaba
dirigiéndose hacia él. Volvió a aspirar y por unos instantes pensó en la navaja
del ejército que llevaba cruzada en la correa del cinturón.
“Por Dios,
David, es solo un niño”.
Un niño,
¿cuántos había visto morir por la explosión de una bomba que llevaban pegada en
el cuerpo? Demasiados. Pero él no quería ser un asesino, no, mentira, ya lo era....
Había matado, ¿a cuántas personas? El niño superó la distancia de seguridad,
pero aún así David no se alejó, siguió fumando hasta que el muchacho le
alcanzó.
-Señor, ¿tiene
algo de comer?
Se tendría que
haber sentido aliviado, pero aquello no hizo más que empeorar la situación. No
era un niño bomba, era de los otros pero al menos aquel sabía inglés. Continuó
mirando al chico, quién tenía la mirada cargada de esperanza puesta en su propio
reflejo en las gafas de sol.
-¿Sabes qué? Hoy
me siento generoso-le respondió el soldado-ven.
Le cogió de la
mano y se dirigió hacia el bar más cercano, cuya puerta estaba cerrada, la
terraza vacía y, donde, dudaba bastante que le ofrecieran algo de comer. Pero
al menos, lo intentaría.
Por un momento
pensó en que diría Lorenzo, su compañero, al que le había cambiado la guardia
para que pudiera acudir a la cena de Nochebuena con la “Señora Ministra”. Su
mente escupió algo parecido a “vete a la mierda, hijo de puta, tú que tienes
estómago para ir".
Indicó al niño
que se sentara en la silla, mientras él comenzaba a aporrear el cristal con
fuerza gritando las pocas palabras en árabe que conocía:
-Salga, por
favor.
Nunca las había
usado juntas, normalmente decía algo así: “abra la puerta si no quiere que la
tiremos abajo”.
Cuando ya
pensaba que tendrían que cambiar de restaurante, una mujer le miró a través del
cristal. Abrió una rendija y dijo en un inglés peor que el suyo:
-¡Cerrado!
-¡Comer!
¡Comida!-gritó el soldado ignorando sus advertencias, señalando a su compañero
y a él mismo-¡Mucha comida!
La mujer negó
con la cabeza e hizo un amago de cerrar de nuevo la puerta, sin embargo, David
empujó la madera con fuerza, sacó de su bolsillo la cartera y puso en la mano
de la mujer dinero suficiente como para alimentar a un regimiento. Por fin la
mujer obedeció y se metió corriendo en el comedor.
Se sentó frente
al niño, apagó la colilla en el centro de la mesa y miró sus ojos castaños que
volvían a estar fijos en él.
-Bueno, ¿cómo te
llamas, muchacho?
-Ali.
David cogió el
paquete y encendió un nuevo cigarro, mientras sus ojos azules como el hielo
aguijoneaban al niño, que no debía tener más de quince años. Finalmente Alí le
dijo:
-Creía que hoy
celebraban algo así como Natidad.
-¿Eh?-gritó el
soldado, puesto que el inglés de ninguno de ellos era bueno.
-¿Navidad?
-Ah, no, no, no.
Ni soy religioso, ni creo en las mentiras. ¿Tú crees en las mentiras?
El niño negó con
la cabeza algo avergonzado y triste, encontrando algo de consuelo en la mujer
que les llevaba dos botellas de coca cola y una de vino, olivas y unas patatas.
Pero David no parecía muy dispuesto a comer, se llenó la copa de vino y empujó
la comida hacia Ali.
-Come-le dijo.
El niño obedeció.
Comió con las manos llenas, devoró cada trago como si fuera el último y como si
el mundo se fuera acabar mañana mismo. Y posiblemente así fuera para él. David
lo miró casi con repulsión, no hacia él, sino hacia lo que su propia sociedad
había creado.
-Cuéntame un
cuento sobre la navidad-le pidió el niño.
-¿Eh? ¿Estás
sordo o loco? Odio la navidad, la Odio, no puedo con ella, en serio. ¿De qué
quieres escuchar el cuento? ¿Sobre Papa Noël? Paparruchas. Un tío gordo, que
viaja en trineo y da regalos a los niños. Por cierto, los reyes magos son de tu
tierra, ¿los conoces?- el niño se apresuró a negar con la cabeza-.Yo tampoco.
-Si quieres te
cuento yo una historia-dijo Alí.
La mujer, ajena
a la conversación sobre la navidad, seguía sacando platos y llenó la mesa para
alimentar a un centenar de niños como Ali.
-¡Eh!-la mujer
se sobresaltó y se volvió hacia él aterrorizada-¿tienes familia? Alí, traduce
mis palabras, por favor.
La mujer se
encogió al escuchar al niño, se arrodilló y empezó a suplicar por su vida y por
la de los suyos.
-Jesús, María y
José-susurró el soldado, apagando la colilla al lado de la primera- se levantó,
cogió a la mujer de las manos y la obligó a ponerse en pie-. Llama a tu
familia, y compartid la mesa con nosotros.
Supuso que toda
la calle le había oído, puesto que había gritado, parándose en cada sílaba,
intentando hacerse entender. Sin embargo, Ali era un chico listo y le tradujo
rápidamente sus intenciones. Cuando por fin la mujer volvió, lo hizo con cinco
niños y el que supuso era su marido, con dulces árabes y más platos. Por
primera vez en mucho tiempo a David le pareció que estaba presenciando una
verdadera comida navideña.
Cuando ya
llevaban un buen rato comiendo en un silencio tan cortante como el viento del
Sáhara, Alí dijo:
-Entonces,
¿queréis escuchar la historia?-David, que había empezado un tercer cigarrillo,
tiró el humo hacia un lado y finalmente accedió a su ruego- la he creado yo con
todo lo que me han contado los soldados sobre la navidad.
“Era una vez
una familia que vivía en un establo, cuyas únicas pertenencias eran: un buey y
una burra. Creo que él era carpintero, pero no tenía suficiente dinero para
tener una casa, así que vivían en el establo de un hombre llamado Ángel”.
La carcajada del soldado, seguida por una tos, se dejó oír en la calle vacía, se limpió las lágrimas que caían por sus ojos y finalmente le hizo un gesto para que siguiera hablando.
La carcajada del soldado, seguida por una tos, se dejó oír en la calle vacía, se limpió las lágrimas que caían por sus ojos y finalmente le hizo un gesto para que siguiera hablando.
Vivían como
podían, pero eran felices. Sin embargo, María, la mujer, tuvo un hijo, al que
llamaron Jesús. La familia era tan
pobre, tan pobre, que casi no tenía dinero para mantenerlo. El niño lloraba, la
mujer lloraba, el hombre lloraba….
Y el resto de
ciudadanos se compadecieron: cada uno de ellos puso un poco de lo que tenía
para ayudar a la familia, pues así obligaban sus costumbres sobre la
hospitalidad. Algunos trajeron comida, otros pañales, otros a la matrona, así
poco a poco la familia consiguió salir adelante.
Cada año se
celebra en occidente, en honor a esa gente que puso un poco de si misma para
ayudar a los demás, una fiesta, donde todo el mundo regala un poco de si mismo
a sus seres más queridos.
Cada una de
las bombillas representa la luz de la esperanza, cada árbol que se planta una
alusión a la vida y los regalos que se dan la generosidad de las personas.
El soldado miró
fijamente al niño, el último cigarro se había consumido y prácticamente no le
había dado ninguna calada. David aún así apretó contra la mesa los restos de la
colilla, apartando la mirada de Ali, que esperaba su opinión.
El soldado no se
la dijo, se recostó contra la pared de madera y fijó su mirada en el sol que iba
poniéndose en el horizonte que formaban los tejados. La familia que los
acompañaba alabó sin embargo la historia en su propio idioma, recordándole al
niño la importancia de la hospitalidad.
La familia
entera se volvió cuando el soldado se levantó, poniendo otros cinco billetes
encima de la mesa y se dirigió al interior del bar donde había una cabina de
teléfono. Descolgó y sacó varias monedas que fue echando una a una en el
cajetín. Luego marcó, esperó a que los tonos le dieran señal y entonces dijo:
-Feliz Navidad,
Mamá.