Bienvenidos a mí mundo

Bienvenidos todos a La Creadora de Soles, un blog de relatos en diferentes universos, algunos son mundos que ya conocéis y otros los he creado yo, pero todos los relatos son originales (o intentan serlo).

¿Por qué el nombre? Es el título del libro en el que estoy trabajando y que quizás algún día vea la luz (crucemos los dedos)

Así que visitante ponte cómodo, disponte a leer y cuando termines y si gustas, deja un comentario. ¡Puedes criticar los relatos o decir que te han parecido!

viernes, 10 de agosto de 2012

LA NAVIDAD DE ALI

Un cuento de navidad que fue publicado en la revista nosolofreak en el número de diciembre
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LA NAVIDAD DE ALI
Las calles estaban vacías, polvorientas y extrañamente silenciosas a pesar de ser la hora del mercado. Sin embargo, la paz era irreal, muy irreal. Tan solo estaba producida por la explosión de un artefacto, que había matado al menos a veinte personas, otras cinco morirían en los días siguientes.
El único observador visible, David, escupió a un lado. Las palabras “misión de paz” habían perdido todo el significado para él, siendo ahora una gran mentira. Pero no era la única, en el campamento español se estaba celebrando otra: La Navidad.
Navidad…, mientras en occidente la gente devoraba la comida que serviría para alimentar a un regimiento de personas de aquella ciudad, que claramente la necesitaban más; mientras que con el dinero de todos los regalos de un solo barrio en Estados Unidos, se podían reconstruir casas allí en oriente; centenares de personas morían mensualmente. Pensar en la comida y en la Navidad le hacía vomitar.
Caminó entre las casas que tenían las cortinas y las persianas cerradas. Aún así podía sentir sobre su cuerpo las miradas de los civiles clavadas en su vestimenta. Porque a pesar de que vestía de paisano, su tez, sus formas y su ropa abultada, lo delataban como un soldado. Aún así no estaba del todo desprotegido. Debajo de la camisa, pegado a la piel sudada por el calor, llevaba un chaleco cuyo peso le daba una seguridad relativa. Si una bomba explotaba, daría igual, en el mejor de los casos acabaría como Víctor: en una silla de ruedas.
Se palpó la camisa a cuadros para sacar de su pecho un paquete de cigarros. Lo abrió, descubriendo que quedaban solo tres, sacó uno y rebuscó entre sus bolsillos del pantalón vaquero, el mechero.
-Maldita sea, maldita mi suerte, maldito Occidente, malditos todos-murmuró, se llevó el cigarro a la boca y cubrió con su mano la llama que trataba de apagar el viento. Cuando por fin lo hizo, aspiró con fuerza, notando el alivio de la nicotina en cuanto pasó por sus pulmones-. Mierda.
Aquella palabra soez estaba producida por un niño que llegaba desde la esquina opuesta de la calle: de tez morena, delgado, vestido con unas ropas blancas y maltrechas. A pesar de su aspecto desarrapado sus pasos eran rectos y decididos. Estaba dirigiéndose hacia él. Volvió a aspirar y por unos instantes pensó en la navaja del ejército que llevaba cruzada en la correa del cinturón.
“Por Dios, David, es solo un niño”.
Un niño, ¿cuántos había visto morir por la explosión de una bomba que llevaban pegada en el cuerpo? Demasiados. Pero él no quería ser un asesino, no, mentira, ya lo era.... Había matado, ¿a cuántas personas? El niño superó la distancia de seguridad, pero aún así David no se alejó, siguió fumando hasta que el muchacho le alcanzó.
-Señor, ¿tiene algo de comer?
Se tendría que haber sentido aliviado, pero aquello no hizo más que empeorar la situación. No era un niño bomba, era de los otros pero al menos aquel sabía inglés. Continuó mirando al chico, quién tenía la mirada cargada de esperanza puesta en su propio reflejo en las gafas de sol.
-¿Sabes qué? Hoy me siento generoso-le respondió el soldado-ven.
Le cogió de la mano y se dirigió hacia el bar más cercano, cuya puerta estaba cerrada, la terraza vacía y, donde, dudaba bastante que le ofrecieran algo de comer. Pero al menos, lo intentaría.
Por un momento pensó en que diría Lorenzo, su compañero, al que le había cambiado la guardia para que pudiera acudir a la cena de Nochebuena con la “Señora Ministra”. Su mente escupió algo parecido a “vete a la mierda, hijo de puta, tú que tienes estómago para ir".
Indicó al niño que se sentara en la silla, mientras él comenzaba a aporrear el cristal con fuerza gritando las pocas palabras en árabe que conocía:
-Salga, por favor.
Nunca las había usado juntas, normalmente decía algo así: “abra la puerta si no quiere que la tiremos abajo”.
Cuando ya pensaba que tendrían que cambiar de restaurante, una mujer le miró a través del cristal. Abrió una rendija y dijo en un inglés peor que el suyo:
-¡Cerrado!
-¡Comer! ¡Comida!-gritó el soldado ignorando sus advertencias, señalando a su compañero y a él mismo-¡Mucha comida!
La mujer negó con la cabeza e hizo un amago de cerrar de nuevo la puerta, sin embargo, David empujó la madera con fuerza, sacó de su bolsillo la cartera y puso en la mano de la mujer dinero suficiente como para alimentar a un regimiento. Por fin la mujer obedeció y se metió corriendo en el comedor.
Se sentó frente al niño, apagó la colilla en el centro de la mesa y miró sus ojos castaños que volvían a estar fijos en él.
-Bueno, ¿cómo te llamas, muchacho?
-Ali.
David cogió el paquete y encendió un nuevo cigarro, mientras sus ojos azules como el hielo aguijoneaban al niño, que no debía tener más de quince años. Finalmente Alí le dijo:
-Creía que hoy celebraban algo así como Natidad.
-¿Eh?-gritó el soldado, puesto que el inglés de ninguno de ellos era bueno.
-¿Navidad?
-Ah, no, no, no. Ni soy religioso, ni creo en las mentiras. ¿Tú crees en las mentiras?
El niño negó con la cabeza algo avergonzado y triste, encontrando algo de consuelo en la mujer que les llevaba dos botellas de coca cola y una de vino, olivas y unas patatas. Pero David no parecía muy dispuesto a comer, se llenó la copa de vino y empujó la comida hacia Ali.
-Come-le dijo.
El niño obedeció. Comió con las manos llenas, devoró cada trago como si fuera el último y como si el mundo se fuera acabar mañana mismo. Y posiblemente así fuera para él. David lo miró casi con repulsión, no hacia él, sino hacia lo que su propia sociedad había creado.
-Cuéntame un cuento sobre la navidad-le pidió el niño.
-¿Eh? ¿Estás sordo o loco? Odio la navidad, la Odio, no puedo con ella, en serio. ¿De qué quieres escuchar el cuento? ¿Sobre Papa Noël? Paparruchas. Un tío gordo, que viaja en trineo y da regalos a los niños. Por cierto, los reyes magos son de tu tierra, ¿los conoces?- el niño se apresuró a negar con la cabeza-.Yo tampoco.
-Si quieres te cuento yo una historia-dijo Alí.
La mujer, ajena a la conversación sobre la navidad, seguía sacando platos y llenó la mesa para alimentar a un centenar de niños como Ali.
-¡Eh!-la mujer se sobresaltó y se volvió hacia él aterrorizada-¿tienes familia? Alí, traduce mis palabras, por favor.
La mujer se encogió al escuchar al niño, se arrodilló y empezó a suplicar por su vida y por la de los suyos.
-Jesús, María y José-susurró el soldado, apagando la colilla al lado de la primera- se levantó, cogió a la mujer de las manos y la obligó a ponerse en pie-. Llama a tu familia, y compartid la mesa con nosotros.
Supuso que toda la calle le había oído, puesto que había gritado, parándose en cada sílaba, intentando hacerse entender. Sin embargo, Ali era un chico listo y le tradujo rápidamente sus intenciones. Cuando por fin la mujer volvió, lo hizo con cinco niños y el que supuso era su marido, con dulces árabes y más platos. Por primera vez en mucho tiempo a David le pareció que estaba presenciando una verdadera comida navideña.
Cuando ya llevaban un buen rato comiendo en un silencio tan cortante como el viento del Sáhara, Alí dijo:
-Entonces, ¿queréis escuchar la historia?-David, que había empezado un tercer cigarrillo, tiró el humo hacia un lado y finalmente accedió a su ruego- la he creado yo con todo lo que me han contado los soldados sobre la navidad.
Era una vez una familia que vivía en un establo, cuyas únicas pertenencias eran: un buey y una burra. Creo que él era carpintero, pero no tenía suficiente dinero para tener una casa, así que vivían en el establo de un hombre llamado Ángel”.
La carcajada del soldado, seguida por una tos, se dejó oír en la calle vacía, se limpió las lágrimas que caían por sus ojos y finalmente le hizo un gesto para que siguiera hablando.
Vivían como podían, pero eran felices. Sin embargo, María, la mujer, tuvo un hijo, al que llamaron Jesús. La  familia era tan pobre, tan pobre, que casi no tenía dinero para mantenerlo. El niño lloraba, la mujer lloraba, el hombre lloraba….
Y el resto de ciudadanos se compadecieron: cada uno de ellos puso un poco de lo que tenía para ayudar a la familia, pues así obligaban sus costumbres sobre la hospitalidad. Algunos trajeron comida, otros pañales, otros a la matrona, así poco a poco la familia consiguió salir adelante.
Cada año se celebra en occidente, en honor a esa gente que puso un poco de si misma para ayudar a los demás, una fiesta, donde todo el mundo regala un poco de si mismo a sus seres más queridos.
Cada una de las bombillas representa la luz de la esperanza, cada árbol que se planta una alusión a la vida y los regalos que se dan la generosidad de las personas.
El soldado miró fijamente al niño, el último cigarro se había consumido y prácticamente no le había dado ninguna calada. David aún así apretó contra la mesa los restos de la colilla, apartando la mirada de Ali, que esperaba su opinión.
El soldado no se la dijo, se recostó contra la pared de madera y fijó su mirada en el sol que iba poniéndose en el horizonte que formaban los tejados. La familia que los acompañaba alabó sin embargo la historia en su propio idioma, recordándole al niño la importancia de la hospitalidad.
La familia entera se volvió cuando el soldado se levantó, poniendo otros cinco billetes encima de la mesa y se dirigió al interior del bar donde había una cabina de teléfono. Descolgó y sacó varias monedas que fue echando una a una en el cajetín. Luego marcó, esperó a que los tonos le dieran señal y entonces dijo:
-Feliz Navidad, Mamá.

domingo, 29 de julio de 2012

El Dragón, la Loba y el Ciervo

Este relato basado en juego de tronos apareció en la revista de Abril de no solo freak:
http://www.myebook.com/ebook_viewer.php?ebookId=122580


RHAEGAR TARGARYEN

El día había amanecido lluvioso. La humedad siempre presente en Harrennhal se había condensado, dejando caer a primera hora de la mañana gotas grandes y pesadas, como si todavía recordara el cielo los horribles hechos que habían acaecido a sus moradores durante siglos desde su construcción y la llegada de los dragones.
 Aún así la fiesta proseguía y en Harrentown ignorantes de los tejemanejes que se llevaban los nobles en lo alto del acantilado, los ciudadanos observaban intranquilos la llegada de los estandartes rojos y negros: sangre y fuego, rezaban. Era como si todavía pudieran recordar que aquellos eran los descendientes de los que habían calcinado a toda la familia de Harren el Negro en su propia torre, nada más finalizar su construcción.
Tan orgulloso como hermoso, trayendo el recuerdo a aquellas gentes, en el centro de la formación frente al carromato que transportaba a toda su familia, Rhaegar Targaryen, hijo de Aerys el loco, viajaba. Vestía una armadura brillante que resaltaba el color de sus ojos violetas, el cabello tan rubio que parecía blanco, lo llevaba recogido y su frente estaba hermosamente adornada por una diadema de oro y brillantes que destacaba frente a su sobrevesta roja y negra.
-¡El príncipe Rhaegar Targaryen! ¡Hijo de Aerys, el segundo de su Nombre, Rey de los siete reinos, protector del Reino!
El aludido bostezó ligeramente, escondiendo aquel gesto tras su guantelete plateado, la gente había formado una larga fila y ahora se inclinaba doblando la espalda ante su paso. Probablemente y si los rumores no habían sido suficientemente rápidos, su presencia era toda una sorpresa.
Rhaegar Alzó los ojos y miró hacia lo alto del acantilado que se elevaba sobre el mar y sobre el pueblo, los estandartes de los siete reinos se mecían bajo la tempestad que se aproximaba desde el océano que descargaba la furia sobre su armadura y su caballo, haciendo cada vez más pesada la capa que llevaba a su espalda. A pesar de ello, el príncipe no se cubrió la cabeza con la capucha.
Tiró de las riendas ligeramente para ponerse a la altura del carromato y esperó a ver el rostro de su mujer, Elia Martell, para inclinarse ligeramente y sonreír a la criatura que llevaba entre los brazos. Solo entonces miró a su esposa.
-Vas a participar-no era una pregunta, el príncipe ignoró su  ligera irritación y observó con detenimiento a un hombre alto y ancho de espaldas, de pelo negro azabache entrar en un burdel. Sonrió divertido.
-¿No era ese Robert Baratheon? ¿No se había comprometido con Lyana Stark? Me pregunto que dirán sus hermanos
-¿Los de ella o los de él?-preguntó Elia con sarcasmo, acercó el niño a su pecho y comenzó a darle de mamar.
Él soltó una sonora carcajada y retrasó más su caballo, dirigiendo una mirada violácea despectiva hacia uno de sus sirvientes:
-Haz correr la voz, mientras los Stark de Invernalia juegan al Juego de Tronos en Harrennhal, su futuro cuñado quema las calorías de la bebida y el exceso de comida en un burdel.
Cuando volvió al carromato la lluvia había cesado, la mujer lo miraba intensamente, aunque una sonrisa irónica había aparecido en su rostro.
-Cariño, sabes perfectamente que los Stark no juegan, son demasiado leales, honorables, como los perros. Me pregunto porque los siete dioses los dejaron gobernar alguna vez en el norte.
El silencio regresó a ellos como un manto incómodo, el príncipe obligó a su caballo a marchar más deprisa hasta alcanzar la parte delantera de la formación y observó con atención la negra construcción, tratando de imaginarse en una noche oscura las naves de sus antepasados pisando los siete reinos y enviando por delante a sus dragones para hacerse dueños de todo.
Cuando por fin alcanzaron las puertas, la voz había corrido por fin por todo el castillo y cuando la orgullosa figura del dragón cruzó las puertas, una marabunta de sirvientes, cortesanos y temerosos vasallos le rindieron cuentas ensalzando la figura de su padre y de su familia, aunque Rhaegar no desconocía como llamaban a su padre a sus espaldas.
Miró con atención a los Stark, que había acudido mientras él desmontaba de su alazán negro, ignorando la invitación de uno de los sirvientes. Les dedicó una sonrisa socarrona que probablemente ellos no comprendieron y solo entonces, se acercó al Lord Whent, señor de la fortaleza, que se frotaba nervioso las manos mientras se deshacía en halagos y disculpas por el desconocimiento de su presencia. Aquello provocó que su sonrisa se ensanchara.
-He venido para participar en el torneo, Lord Whent, necesitaré de sus mejores habitaciones para mi y para mi familia y por supuesto alojamiento y comida para mis hombres.
Se detuvo, puesto que sus ojos violetas se habían cruzado con los de una figura menuda que acababa de hacer acto de presencia en la entrada a la fortaleza. Era joven, pálida como el mármol, sus ojos grises hablaban de las nieves y del frío del norte, hablaban del hielo y del muro.
-Lyana Stark-susurró Rhaegar.
Fueron solo unos segundos que ambos compartieron y de los que nadie más se percató, su rostro estaba enmarcado por la tristeza, sus ojos grises habían perdido el brillo que toda vida contenía y solo le faltaban las lágrimas para destrozar un poco más su corazón.
Mientras se volvía hacia Lord Whent, la ira del dragón le encendió el corazón al pensar en Lord Baratheon, en el burdel de la ciudad, su mano derecha se aproximó al pomo de la espada, sobre la que se cerró y se abrió, como buscando el mejor camino para desatar al animal que llevaba dentro y le quemaba las entrañas. Su padre siempre hablaba de él, pero él nunca lo había entendido, hasta aquel mismo instante.Se juró que de alguna manera, por los siete dioses, libraría a aquella mujer de las garras del mujeriego y borracho prometido. Tan frágil, tan inocente, no quería saber que sería de la pobre Lyana en manos de Robert.

Cuando salió al jardín, el sol había ganado su batalla contra las nubes, el agua se acumulaba en charcos y la hierba mostraba sus brillos de diamante bajo la luz del sol. Se había quitado la armadura y las ropas sucias del viaje, ahora vestía con ropas negras de terciopelo con ribetes dorados, excepto el dragón que adornaba su pecho y la capa, que estaban bordados con hilos rojos. Se había bañado y arreglado con cuidado y había enviado a un sirviente con un venado de plata para averiguar dónde se escondía Lyana Stark. Estaba en el Bosque de los dioses, acompañando con sus lágrimas el agua caída durante el día.
La encontró sentada entre las raíces del árbol corazón, cuyo horrible rostro mostraba el dolor y el horror que había pasado la gente de aquel lugar desde mucho antes de la llegada de los dragones. Tocaba una pequeña lira, arrancando con sus finos dedos unos acordes que llenaban el claro, mientras sus ojos derramaban lágrimas perdidas. Todavía tardó en percatarse de la presencia del príncipe que notó como la ira desaparecía, amansada por la música.
-No deberíais llorar, provocaréis con ello que regrese la lluvia para acompañaros.
La mujer se sobresaltó, pero suspiró aliviada al encontrarse con el príncipe. Sonrió a medias y se limpió los ojos, trató de levantarse para hacer una reverencia. Pero él se lo impidió, cogiéndola del brazo y obligándola a sentarse a su lado, ignorando el barro que ahora manchaba sus ropas.
-No paréis, por favor-dijo señalando su instrumento, ella obediente, comenzó a tocar una cancioncilla fácil.
-Lo siento, estoy empezando.
-A mí me gusta.

LYANA STARK
Al cabo de un rato de incómodo silencio, sus ojos hinchados por las lágrimas se atrevieron a mirarle, había cerrado los ojos, como si realmente estuviera disfrutando la música. Los dedos le dolían, para no parar y poder olvidarlos le dijo:
-¿No me preguntáis por qué?
-La respuesta es obvia-le contestó el dragón- por tanto no deseo importunaros. Os gusta vuestro futuro marido tanto como a mí.
-Cersei me llevó el otro día a ver uno de sus bastardos y me dijo que en  Bastión de Tormentas hay más, muchos más. Pero no debería hablar tanto, si no aceptarlo con honor.
-¿Qué hay de honor en él?- respondió Rhaegar abriendo los ojos y clavando su mirada en los de ella- Solo furia.
El silencio regresó, más incómodo que antes, su sola presencia provocaba estremecimientos en el pequeño cuerpo de la mujer Stark. Se preguntaba que deseaba Rhaegar y si su presencia era tan inocente como parecía.
-Vuestros hermanos hablan de honor y lealtad y no se llenan la boca con ellos como otros caballeros, los cumplen y los sirven. Los reyes del norte-se quedó momentáneamente callado, con la mirada fija puesta en el bosque- fríos como el hielo, pero con entereza. Merecéis algo mejor, Lyana.
-¿Como qué?
-Cualquier vasallo menor de vuestro padre, quizás su dote no sea tan buena como la de Lord Baratheon pero os llevará por encima de las nubes. Incluso si queréis puedo buscaros yo uno… tengo algunos vasallos jóvenes y apuestos que estarían deseosos de serviros, por ejemplo Jaime Lannister, futuro señor de Roca Casterly.
Ella se llevó la mano a la boca y rió suavemente, dejando de tocar inmediatamente, como si algo en todo aquello le pareciera divertido. Pero dejó de sonreír en cuánto Rhaegar pronunció las siguientes palabras, acariciando con su dedo índice los labios de Lyana:
-Veniros conmigo a Dorne. En la Torre de la Alegría jamás volveréis a llorar.

RHAEGAR TARGARYEN

Los días habían pasado veloces como el viento, como el caballo del príncipe del reino, que cabalgaba millas a medida que el dragón devoraba a sus contrincantes en el torneo. Uno a uno todos los contendientes fueron rindiéndose frente a la fiereza de Rhaegar que parecía disfrutar de la sangre que vertía sobre los campos donde se celebraban las justas.
El último contrincante le observó con atención mientras los escuderos le preparaban las armas, su tamaño era imponente, al igual que su casco: unos cuernos de ciervo largos y puntiagudos, como la punta de su lanza. En la sobrevesta: un ciervo rampante sobre campo amarillo.
Robert Baratheon y Rhaegar Targaryen se encontraron en la final bajo la lluvia que volvía a caer sobre el acantilado como un preludio de lo que sucedería un año después. Ciervo contra dragón, fuego contra tierra, sangre contra furia. El amor de los dos por una misma persona encontrados bajo la cascada de agua.
El fuego del dragón no se apagó cuando galopó hacia él, el grito dirigido a ella fue acallado por un trueno que hizo retumbar la tierra, intentó matarlo, lo intentó, pero los siete dioses fueron clementes y el ciervo quedó tirado en el barro, malherido pero vivo. Pensó en destruirlo, su padre le protegería y quizás las cosas hubieran sido diferentes. Pero en vez de ello se quitó el casco y los cabellos blancos cayeron como una cascada sobre sus hombros. Mojado pero contento se dirigió hacia sus sirvientes que le entregaron una corona de flores y dirigiéndose hacia el palco donde todos los nobles esperaban, se acercó a Lyana y dijo en voz alta:
-Yo os corono, Lyana, Reina de la Belleza y del Amor, para que llevéis ese allí donde vayáis.
El grito de Robert desde el suelo fue su último triunfo….

viernes, 27 de julio de 2012

La Reina Negra

Este relato fue publicado también en nosolofreak, está basado en el mundo de Alien
LA REINA NEGRA

La caída de un asteroide sobre la superficie de Makat no era algo extraño, sobre todo en el último año, cuyas lluvias de meteoritos producidas por el estallido de una estrella en una galaxia lejana, se iban acercando lentamente produciendo varios cráteres en la superficie del planeta.
Pero no por ello se hacía menos irresistible acercarse a una de esas pelotas humeantes y negras que quedaban hundidas varios metros en el suelo, Mithos no pudo reprimir matar su aburrimiento habitual cuidando los Namut de su padre acercándose al granero semiderruido por la colisión de la roca.
El Jockey caminó lentamente entre los escombros, fascinado, sosteniendo entre sus manos todavía el bastón alargado con el que solía guiar a su ganado. Al asomarse al agujero, el calor lo golpea en el rostro alargado y grisáceo, sin dañarle. Al mirarlo más de cerca ve que el asteroide está partido por la mitad y un líquido blanquecino comienza a correr por esa grieta abierta que termina por partirse del todo mostrando un hueco donde sin lugar a dudas descansan al menos una docena de huevos. El jockey no tiene estudios, solo es un granjero, pero está seguro que son huevos de una especie claramente más pequeña que él….
Levanta el bastón, inseguro, ¿qué debe hacer? ¿Debe romperlos? ¿Debe avisar a alguien? Mientras todos esos pensamientos cruzan su cabeza, una sombra a su espalda se mueve.
“Son más pequeños que tú, no son más que una décima parte de tu mano. No tengas miedo y piensa en sacar provecho”. Esos pensamientos cruzan su mente antes de comenzar a dar pasos hacia el exterior. Un ligero picotazo en su nuca provoca que su mano derecha la rasque, notando un pequeño abultamiento quizás producido por un insecto.

***
La criatura se mueve, ya casi no queda tejido vivo, le sorprende la vitalidad de ese cuerpo, le sorprende lo grande que es. Nota los últimos estertores, la última lucha del corazón mientras él avanza abriéndose paso hacia el exterior devorando las entrañas que le rodean. Por fin la luz golpea su piel negra, mientras escucha el grito de horror y de dolor que sale de los labios de su última comida.
No mira el cascarón que deja, simplemente estira sus piernas, sus brazos, su cabeza, abre por primera vez su boca de la que sale un grito que será lo último que escuche el granjero antes de caer en la oscuridad. Se impulsa hacia fuera y mientras sus ojos escudriñan la extraña habitación, sus oídos escuchan pasos en el exterior.
La todavía pequeña criatura se escurre entre las sombras de la habitación. La puerta se abre, los pasos son inseguros, la luz se enciende, dejando ver sobre la cama un cuerpo tendido de espaldas con un agujero en el pecho.
El Alien huele el miedo del intruso y disfruta de él. Ágilmente se mueve hasta ponerse a su espalda, aprovechando la parálisis producida por el terror de la criatura. Antes de que esta grite, cuando ya comienza a vislumbrar el ruido surgiendo de su garganta, la bestia salta sobre su cuello impulsándose sobre sus dos patas traseras mientras la boca externa se abre, y la interna se introduce entre los músculos de su presa.
Sangre, sudor, son los nuevos olores que le llegan mientras lo devora ya en el suelo.

***
La Dama Negra descansa entre sus huevos, esperando el siguiente movimiento escondida entre las sombras, oculta de la luz del sol que todavía reina fuera. La noche es su protectora, su guarda, su tablero de ajedrez, mientras el resto de figuras de la mesa, dispuesta por ella misma, le envían mensajes telepáticos que le muestran el avanzar del ejército enemigo.
“Acabad con todos ellos, traedme a su general vivo”.
No son palabras, son imágenes claras de lo que quiere, las palabras que usan otros seres le parecen absurdamente cortas, pueden crear confusión, y eso no es lo que quiere para su propio ejército, no. Mientras otros seres de la galaxia se consideran afortunados por poder hablar, ella agradece no tener que hacerlo.
El sol perfila la salida del montículo de la primera bestia que asoma su cabeza por el agujero de entrada a la madriguera, su cráneo alargado carente de ojos es lo primero que puede observarse tras su ascensión, unos segundos antes de desaparecer entre la vegetación selvática que cubre la montaña, seguida por una marabunta de seres negros grandes y letales, cada uno nacido a partir de un Space jockey.
La criatura no se detiene, ya a lo lejos pueden escuchar los pasos del enemigo, seguido por el zumbido de las maquinarias que pasan por encima de sus cabezas. El primer soldado de los Alien alza la cabeza cuando sus sensores olfativos perciben humo y calor en el aire. Un grito sale de su garganta mientras una imagen clara pasa de su mente a la del resto: Se ha declarado un incendio en alguna parte del bosque.
La alarma se extiende entre el ejército, que, sin embargo, sigue avanzando. No hay miedo por la muerte, solo un solo sentimiento: proteger a la Reina Negra y a toda su descendencia. Solo una orden que acatar: matar a todos, dejar vivo al general.
***
El general observa la montaña convertida en fuego por su propia maquinaria a través de los binoculares. Da una sola orden, levantando el brazo y pronunciando unas pocas palabras que más tarde dejarán caer sobre él el destino:
-Enviad a la infantería pesada. Que nadie salga de allí dentro.
Las órdenes se suceden a través de las comunicaciones, cadenas de palabras a través de una docena de mandos para matarlos a todos….

***
Los peones han muerto, las cenizas las arrastra el viento lejos mientras el tablero de la reina negra se extiende en la oscuridad de la noche. Las tropas montan vigilancia, los focos iluminan la montaña… el campamento base envía un mensaje al centro de mando en la capital:
“La amenaza está exterminada. Al amanecer entraremos a por la Reina Negra”.

***
El general sale a respirar el aire cargado de humo, con la satisfacción del trabajo bien hecho, camina entre las tiendas,  en silencio bajo las tres lunas que iluminan sus gestos. Sus bastas botas provocan que bajo sus pies las cenizas crujan siendo el único sonido después de una tarde de ruidos ensordecedores provocados por la artillería pesada.
“Podría escuchar eternamente este sonido” piensa al saber que muchas de esas cenizas son los restos de las criaturas que han intentado acabar con su civilización.. Sin embargo ese mismo pensamiento fugaz le hace detenerse y sus ojos grandes negros y ovalados miran a su derredor. Silencio, paz, ningún ruido, ninguna risa…. Tan solo el zumbido de los generadores que provocan la luz de los focos.
-No puede ser-susurra antes de quedarse en la completa oscuridad al apagarse de golpe todos los focos del campamento. El terror asoma a su garganta, nunca lo ha sentido, nunca ha tenido miedo, pero si en ese momento interminable en medio de la oscuridad. Nota a su espalda una respiración agitada, el aliento suave que acaricia su nuca, casi puede ver la bestia que tiene a su espalda, de hecho la ve, es una imagen muy nítida que aparece en su cabeza. Se vuelve desesperado sacando el arma de la cartuchera, disparando varias veces a la oscuridad vacía. Nota como juegan con él, como si fuera una simple marioneta. Vuelve a sentir el aliento en su nuca, antes de que la luz vuelva al campamento, trayendo consigo el caos, la oscuridad y la locura. Sus pies antes cubiertos de ceniza, ahora están cubiertos de sangre de los cuerpos de sus compañeros muertos que le rodean. Un grito de horror muere en su garganta antes de notar como una criatura le parte el espinazo sin matarlo. Cae al suelo, totalmente paralizado, mientras las sombras negras lo rodean, sonrientes. Va a morir, va a morir y lo sabe.
***
La reina negra disfruta de su miedo, de su indefensión, de su dolor, le muestra todo lo que ha hecho, lo que le ha hecho a su gente, el daño que  ha causado con el fuego a su descendencia: imágenes nítidas que espera jamás desaparezcan de su mente.
Le muestra los peones que ofreció como sacrificio, mientras por la retaguardia, por unos túneles creados por los aliens, avanzaba el grueso del ejército, rodeándoles, esperando la noche para caer sobre ellos cuando más seguros se sentían.
La dama negra abre la boca y la segunda mandíbula acaricia con placer su piel blanquecina, la baba mancha sus ropas mientras otras imágenes cruzan su cabeza: un mensaje para sus jefes. Sin embargo, por si acaso, solo por si acaso, la voz de la reina se deja escuchar por primera vez, neutral, ensordecedora, estridente:
-Diles que tenemos una interesante oferta que hacerles, no tenemos porque ser enemigos, podemos ser buenos amigos, nadie más tiene porque morir. Solo ayudadnos con vuestra tecnología para movernos a otros sistemas y nosotros os recompensaremos con lo que podamos encontrar allí. Pensadlo mi general, todo el universo a nuestros pies.

La Torre Blanca

Este relato fue publicado en el número 2 de la revista no solo freak
LA TORRE BLANCA
Año 2132 de nuestra era. Planeta Rojo.

El sonido del respirador ponía nervioso a Alexander, le recordaba en parte a Darth Vader, eso le gustaba, siempre le había gustado Star Wars; pero por otra parte era el recuerdo de que fuera del traje que llevaba, el aire era mortal.
-Soldado ¿ha encontrado algo?-la voz del capitán retumbó en el interior de su casco, recordándole que no estaba solo y que tenía una misión que cumplir.
-No, capitán. Cambio y corto-acarició el arma que colgaba de su hombro, todavía discutiendo consigo mismo si debía obedecer al Capitán Carter y dejar el seguro puesto, o en cambio debía estar preparado para cualquier problema que pudiera surgir.
Distinguió en lo alto de una colina a uno de sus compañeros, con el mismo traje rojo que los confundía con la arena que lo cubría todo, levantó el brazo y le saludó intentándose hacer ver a pesar de que tenía el sol a su espalda, quizás por ello no recibió respuesta.
Un leve pitido le hizo bajar la mirada y alejarla del compañero, llevaba en la mano derecha un pequeño contador Geiger que podría permitirles encontrar la sonda  que hacía más de un siglo había enviado la NASA, perdiéndola para siempre en el planeta vecino.
Siguió la señal del contador, observando como poco a poco la aguja se movía aunque sin superar los  límites tolerables.
-Capitán-dijo elevando la voz-creo que la he encontrado.
-Bien hecho, soldado, seguimos tu señal.
Alzó los ojos hacia la colina, la figura había comenzado a descender y a acercarse a él, devolvió la mirada al contador y siguió caminando hacia un montículo que se elevaba ante sus ojos, acarició de nuevo el arma con la mano derecha, ansioso se mojó los labios con la lengua, notando como a medida que se aproximaba a la pequeña elevación su respiración aumentaba de intensidad. ¿Y si no era la sonda?
Al llegar el pitido se hizo más intenso, sus ojos buscaron entre las piedras el causante de la radiación, pero lo único que encontró después de una larga búsqueda fue la entrada a una cueva. Entró, notando como el calor aumentaba a medida que avanzaba y el sudor se pegaba a su piel.
-Capitán hay una cueva-dijo Alexander-voy a entrar.
Al no recibir respuesta positiva o negativa, encendió la linterna que llevaba sobre su casco y continuó caminando, adentrándose en las profundidades. Era un túnel escarpado y ancho, que iba descendiendo poco a poco hacia el interior del planeta, no había ningún ruido que rompiese la paz, tan solo el contador que continuaba con su intermitente ruido.
-¿Qué has dicho, soldado?-Alexander lo repitió -Vuelva…, … orden, … fuera.
La voz entrecortada del Capitán le asustó, pero a la vuelta del recodo vio lo que habían estado buscando todo aquel tiempo cubierto de polvo, pero desde su posición todavía se podía distinguir el logo de la NASA en su superficie.
-La he encontrado….-un gran estruendo le hizo soltar el contador y volverse hacia la cueva negra que proseguía hacia el interior de la tierra. Cogió el arma y automáticamente le quitó el seguro. Poco a poco retrocedió, sin agacharse a por el contador. Apoyó el dedo índice en el gatillo e intentando no hacer ruido avanzó por el túnel.- Señor, creo que no estamos solos, Señor.
-¿Qué… vuelve… qué …?
Un segundo estruendo le sacudió en todo su ser, Alexander sin pensarlo se volvió hacia la entrada y echó a correr. El temblor de la cueva no se detuvo, si no que continuó, mientras el ruido le perforaba los oídos. Por fin alcanzó la superficie, donde sus diez compañeros le esperaban con las armas preparadas.
-¿Qué es eso?-gritó el Capitán volviéndose hacia él. Sin embargo su respuesta nunca le llegó, no tuvo tiempo para explicaciones, en la espalda de Carter surgió una torre blanca, reluciente a la luz del sol, de varios metros de altura. Fue tan rápida en su elevación como en su caída sobre el máximo cargo de la expedición.
Todos pudieron ver la boca negra y llena de dientes afilados que devoraba al hombre, antes de moverse como un látigo, retorciéndose para atacar al siguiente sin que ninguno de los hombres pudiera hacer nada más que dispersarse para no morir aplastado o devorado.
Alexander comenzó a disparar mientras retrocedía, a ciegas, desesperado, sin notar como las lágrimas caían por sus mejillas y un temblor sacudía todo su cuerpo.
-¡Debemos reagruparnos!-gritó el sargento Miller, sobresaltándolo-¡Todos a la nave! ¡Que nadie se haga el héroe!
Una risa nerviosa salió de sus labios, ¿quién quería hacerse el héroe? La torre había desaparecido  de su campo de visión, pero no por ello dejó de correr a pesar de que comenzaba a respirar con dificultad. ¿Qué demonios era aquello?
-Dios mío, Dios mío. Protégenos-murmuró, recordando de pronto que él no era creyente y por unos instantes deseó serlo, deseó poder creer que alguien allí arriba en alguna parte iba a cuidar de él. Por fin divisó la nave ante sus ojos, las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas, ¿o quizás era el sudor? Vio otras figuras rojas corriendo, solo cinco, y ninguna de ellas era el Sargento.
Escuchó un rugido a su espalda, se volvió ligeramente para ver como el monstruo salía de la tierra a escasos cien metros de él, disparó, disparó desesperadamente intentando huir, pero cada vez la distancia cubierta por el monstruo era mayor. En algún momento de su carrera la pistola dejó de emitir ruido y balas, pero su dedo índice aún trataba de arrancarle algo que significara su salvación.
El sonido sin embargo, llegó desde su derecha, el sargento lo flanqueaba con un barrido que intentaba alcanzar al monstruo en la cabeza, horrorizado vio como la torre se retorcía y rápida como un látigo devoraba al sargento. Cayó al suelo, se cubrió los ojos y la cabeza gritando desesperado, aterrorizado sabiéndose muerto ya de antemano. Pero la muerte no llegó, tan solo escuchó una explosión y un líquido blanco le cubrió totalmente, ¿el sargento había hecho explotar una granada en el interior del monstruo?
Se giró apoyando su espalda sobre el suelo. Todo estaba cubierto de aquella pasta blanca, aquello era lo único que quedaba de la Torre….


Año 2133 de nuestra era. Estación Espacial Internacional.

Mark miró en silencio la televisión, su compañero, borracho, estaba tumbado en la cama. Todavía se preguntaba como había conseguido colar aquellas diez botellas de ginebra en la Estación espacial. Él habría dormido también, pero el alcohol no había sido suficiente para atontar su miedo y su dolor.
-¿Y ahora qué?-se preguntó mirando la pantalla el monstruo blanco al que habían apodado la Torre, que estaba acabando con la humanidad-¿quedaremos colgando aquí hasta que nos muramos?
Se sirvió otra copa de ginebra, caliente, sin hielo. Pero algo era algo, volvió a leer las características en la pantalla mientras se bebía de un solo trago el vaso entero:
“La Torre Blanca:
Al principio todo eran dudas, ¿cómo el monstruo había alcanzado la Tierra? Primero se creyó que había puesto algún tipo de huevo en el interior de la nave, pero a medida que se ha ido estudiando, nos hemos dado cuenta que la Torre es algo mucho más terrible.
Este ser, procedente quizás del planeta Marte, está alimentándose toda su vida para poder crecer, incluso se sabe que es caníbal. La Torre  necesita alimentarse para conseguir quitina, que es el compuesto con el que está recubierta y es lo que la vuelve tan dura como el diamante. A medida que va creciendo muda la piel para poder hacerlo. Una vez ha alcanzado el tamaño máximo sigue comiendo hasta explotar.
Cuando explota esparce un líquido blanco a decenas de Kilómetros, por desgracia  son miles de  torres unicelulares que son capaces de atravesar cualquier tejido o incluso infiltrarse en el suelo con la lluvia hasta los canales subterráneos para llegar a un huésped del que se alimenta hasta matarlo.”
El texto seguía, pero se dio cuenta que ya no le importaba lo más mínimo. Mark se movió con una nueva copa en la mano, dirigiéndose hacia el arsenal donde escogió una pistola con el mayor calibre posible. Tenía que sobrevivir el máximo tiempo posible y cuántos más fuesen allí dentro menos posibilidades tenía. Miró con pena a su compañero tendido en la cama, tres meses en un espacio tan reducido lo han convertido en un hermano. Sin embargo, brindó finalmente a su salud, se bebió la copa hasta vaciarla y entonces, antes de poder arrepentirse hundió una bala en su cerebro sin dudarlo un solo instante.

jueves, 26 de julio de 2012

La Torre Negra

La torre se mantenía en silencio, la única moradora que quedaba la observó en toda su magnificiencia negra desde abajo y una tristeza insólita se abrió en su corazón. Había llegado la hora de despedirse, de decir adiós, de cerrar la puerta y dejar atrás a todos aquellos que había conocido.
Debía cerrar la herida para siempre y no dejar que se abriera nunca más, miró atrás hacia la planicie que había habido siempre fuera, la descubrió como un mundo nuevo y al principio aterrador. Cogió un mechero, observó los papeles que todavía tenía entre las manos, mientras una vocecilla en su mente le susurraba: “No lo hagas, eso es lo que quieren ellos”. Pero lo hizo, los quemó, ignorando las manchas negras que se derramaban sobre ellos dibujando un río que pronto se agotó….